— buscando el hilo

Retrato de Francisco del Río / Vídeo

 

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I

Palpar el hueco. De un cuerpo transparente habla Paco.

Un vaciado, como el de una escultura.

Javier toma las medidas y lo rodea fotografiándolo como si de un escaneo 3d se tratara, para fabricar el molde, la mascarilla, el vendaje. La muerte es consciente desde el primer plano. “Antes se sabía que cada cual contenía su muerte, como el fruto su semilla… Uno tenía su muerte, y esta conciencia daba una dignidad singular, un silencioso orgullo”, dice Rilke.

No solo las fotos escaneo de Codesal, todos los que rodean a Paco, los que lo tocan, trabajan sobre ese vaciado.

La imagen aquí no pretende conservar, ni siquiera recordar, quizás rimar, vibrar, que es lo que está en la esencia del cine y tiene en común con la música. La emoción de sentir el hueco.

Javier es aquí compañero de baile, hermano, el que susurra al oído mientras el amigo parte, como hace ese texto del libro tibetano de los muertos en que los signos se descomponen en hilo de voz, aliento, el mismo que mitológicamente da la vida y que Paco buscó durante tantos años en compañía de artistas plásticos, emocionados hoy, de sentir el hueco.

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II

Un buen retrato contiene todas las edades, todas las criaturas del ser nombrado, y como no, todas sus heridas, necesarias para respirar como por las agallas el pez. El ser presente y regresado. ¿Hasta dónde? Hasta la voz de la madre quizás, que puede ser de donde encarnamos.

“Es la emoción de hablar” dice Paco, que en su voz hace canto y llanto de niño, pues todas la edades están presentes y hacen coro de su propio relato y apoyatura. Pero es el hablar lo que Paco deposita aquí a través de su amigo y hermano, sacerdote o capitán de barco de esta ceremonia. Y es que el cuerpo de Paco desea el agua, la forma sin molde, la imagen reflejada, la palabra emocionada. Sabe Paco que en esa vibración, amigos, hijos y hermanos reconocen la voz preñada de la madre, quizás de donde encarnar.

Constante la presencia de manos, que parecen bordar manto, como estela, para ella, mujer con tan difícil papel en el reparto, sosteniendo palabras a punto de derramar. Esto es quizás lo más hermoso de este relato, lo que rebosa de tanta contención, lo que late.

Francisco descubre en su hijo una sensibilidad que ansía, parecida a la de tantos amigos artistas a los que tan generosamente ha acompañado. Tarea que culmina con esta obra. Por eso hay una mención expresa para este del Río, desbordando felizmente las barreras de lo íntimo para hacer cauce, cuenca, que vista desde arriba se parece a la escritura, o mejor, a la posibilidad de esta, y que es algo de lo que el padre entrega al hijo en su ausencia, hueco.