— buscando el hilo

Los descendientes

Matt King (George Clooney) y su mujer en coma

“El lenguaje no puede ser en conciencia”*, al igual que la respiración. Elizabeth tras un accidente en el mar yace en el hospital en coma con respiración asistida. Matt King (George Clooney) heredero y fideicomiso de una extensión importante de tierras en una de las islas de Hawai tiene que tomar una importante decisión sobre el futuro de esta gran extensión de tierra virgen. Este hecho sucede en paralelo a la hospitalización de su mujer. Tierra virgen y cuerpo roto femenino construyen una misma imagen. Matt se ve obligado a reflexionar sobre su árbol familiar, que en en su raíz reúne a un occidental y una princesa hawaiana. Hay algo de celular en esta película señalado en ese plano final subjetivo, sin aparente sujeto, desde el fondo del mar, dónde esos collares de flores parecen representar células. Algo parecido al ADN, que es lo que se hereda y contiene información.

En la misma isla donde se encuentra el terreno en cuestión Matt vuela para conocer al amante de su mujer (descubierto con ella ya en coma) y decirle, que si quiere, puede ir a despedirse de ella (en ese momento ya se le ha desconectado el respirador artificial y sabemos que morirá en pocos días). Descubrimos que es un agente inmobiliario casado. Después de hablar con él a solas, al despedirse de la mujer de éste (que no sabe nada), en sorprendente gesto, la besa en la boca. Toda la peli habla de lo que se pasa, lo que se hereda, lo que se da y lo que se recibe y en este beso hay un intercambio: besando dice,  y a cambio recibe aliento, el suficiente para pasarle a su mujer (Elizabeth) en beso de despedida. Aliento bañado en lágrimas compartidas por la mujer del amante, que en la habitación del hospital acompaña a Matt en su beso. La emoción de esas lágrimas es la misma que el mar contra el que se estrella Elizabeth, que al igual que el cuerpo de mujer roto y las tierras vírgenes, andan emparejadas a lo largo del filme.

Aguas que reciben cenizas que en contacto con el agua prometen barro-tierra-cuerpo, aguas emocionadas, coronadas por guirnaldas de flores que semejan fruto, células. Ese beso es lo que está justo antes del habla, la respiración. “Si el corazón pudiera pensar se pararía” escribe Pessoa en “El libro del desasosiego”. El cine, el relato audiovisual pertenece en gran parte a estas aguas y quizás como en el jardín seco de Ryoanji (que en sus piedrecillas rastrilladas podría representar el mar) guarda escondido en su estructura el patrón de un árbol.

Cuando ando a darle vueltas a un film, la escritura busca un poco el mismo efecto de ese segundo beso, devolver algo de lo recibido en ese aliento, de ese contacto. En Ordet de Dreyer la resurreción de Inger se produce ante ese andar alrededor, ese movimiento circular como en oración o mantra, que en su rastro dibuja algo parecido a la escritura, a la imagen impresa en película (piel), que en su hacer desea cuerpo, representado como pocas veces en ese beso de la que despierta.

* Agustín García Calvo.