Descifrando Enigma
Cuando alguien cercano desaparece, los que mantenían un vínculo importante con él (familiares, amigos, amantes), construyen un cuerpo o una figura, en cierto modo delirante, del que muere. Quizás el duelo podría calificarse como el período de restauración simbólica de esa figura desaparecida. El que ha sufrido la pérdida consigue establecer un vínculo con ese nuevo cuerpo trascendente. De esta manera eso que nos hace en el otro, más allá de lo puramente social, y que se constituye como inteligencia sensible, emocional, adquiere una nueva dimensión. Y es que la muerte de alguien cercano supone una especie de terremoto, de explosión cuyos efectos expansivos son difíciles de medir. No accidentalmente llaman a la máquina de Alan Turing “Bombe” aunque este la llama “Christopher” en la película, que es el nombre del ser amado muerto en la adolescencia. Esa máquina es la construcción delirante de ese ser desaparecido, de esa pérdida. Remite también al mito del gemelo sacrificado, Rómulo y Remo o el doble niño Jesús, adquiriendo el superviviente cualidades del desaparecido. Ese cuerpo e inteligencia vincular que en nuestra época está representada por internet, y que curiosamente también nace de un proyecto militar, cuyo objetivo es mantener la información a salvo en caso de bombardeo (buen símil), es gran parte de la clave de este film. Hace tiempo que la metáfora del cerebro y el disco duro ha sido superada por la metáfora de la red que encuentra en el cuerpo informacionalizado (construido sobre las prótesis digitales de móviles, tablets, portátiles, gafas, relojes, todo tipo de pantallas, etc.) una dimensión desconocida, y donde el hacker o hackeo es la metáfora de la sexualidad, y me atrevería a decir que del amor. The Imitation Game, Alan Turing y su Bombe anuncia ya mucho de esto y nos deja atónitos al descubrir que la segunda guerra mundial es ya ganada por un hacker, por un acto de amor.