— buscando el hilo

La venganza de una mujer

La duquesa y Estevão bordan juntosLa duquesa sujeta y mecida por manos negras

Inicia el narrador el film dejando el reloj y entrando por la trasera de un decorado que tanto se parece al bastidor de un cuadro. Antes vemos como se cierra la puerta del plató dejándonos fuera del tiempo. No había reparado hasta la visión de esta película, que el marco, en cierto modo, puede liberar al cuadro del subjetivo. Rita sostiene los planos largamente, haciendo presente esta idea del cuadro enmarcado y evitando cualquier presencia de subjetivo o semisubjetivo en gran parte del film. Sin embargo, intuimos en esos leves movimientos de cámara que acompañan a los personajes, algo circular, situándonos en el centro, en el corazón de la escena, y envolviendonos, como con alguno de los tejidos o lienzos cuya presencia es leitmotiv en el film. De hecho, cuando la duquesa borda sobre un bastidor rectangular y la aguja e hilo con la que atraviesa el lienzo es recogida por Estevão al otro lado, y este a su vez la devuelve atravesando también el tejido virginal, establece una relación umbilical, una conversación fuera del tiempo. Deseo que convoca concepción, anunciación en forma de ángel negro, que atraviesa la garganta, como aguja, para que del hilo nazca la voz, la palabra, el verbo, que como relato, deposite ella en un hombre hueco: Roberto, un marco sin lienzo; preñándolo así de posibilidad paterna y entregándole ese corazón extraído a Estevão y arrancado de las fauces de los perros, cuya violencia sugiere sexualidad, insinúa parto y reinicia el tiempo. Otros dos ángeles negros sujetan a la duquesa acunándola, como a un bebé, que en ese vaivén intuye, en analogía con un metrónomo o reloj, el difuso latir del tiempo, en presencia aún, de las navegables aguas del sueño. No es casualidad, que en esta secuencia del corazón, se rompa con la ausencia del subjetivo, y exija al montaje la presencia del sujeto, del hombre.

La duquesa pide a Roberto ser vista, reconocimiento (es el único hombre para el cual su relato puede ser verosímil, pues la conoció como duquesa antes que prostituta), y de hecho, toma de él una sola moneda (energía del padre), que en la detallada descripción que el sacerdote hace de la muerte de ella, a través de una metáfora, transmuta en ojo. Propone Rita un lugar en el que es difícil ejercer la mirada sin experimentar su fisiología, su latir, quizás incluso necesitada de sentir su vinculación colectiva. De hecho La venganza de una mujer es un título que sugiere una mujer o cualquier mujer, planteando una especie de potencia de lo femenino que reivindica una voz espermática y fértil, un nacerse a sí mismo en la mirada del otro, un lugar en el lienzo, una imagen propia liberada de lo subjetivo, de todo lo que la sujeta, de toda atadura.