— buscando el hilo

El momento de la verdad

El sótano de la verdad 01

El sótano
Al abrir los brazos en alto, el banderillero es árbol y ave, es cornamenta de toro y disposición para el abrazo. Abrazo imposible entre hijo y padre, vida y muerte, luz y sombra, día y noche, toro y torero que, sin embargo, “el momento de la verdad” consuma.

Rosi nos hace bajar a un sótano al que entramos por una taberna de Barcelona (años 60), presidida por la cabeza de un toro, un cartel de Julio Romero de Torres y otros anunciando a El Cordobés. Abajo, accedemos con Miguelín a un plano de realidad donde casi todo es posible. Es el cuerpo interior de la cámara y la imagen misma, es un lugar de intercambio, tan escenográfico como real, un sitio donde ensayar el ser toro o torero, como en esa película de Hosoda “Los niños lobo” donde estos, en su adolescencia, tienen que elegir entre ser lobo u hombre. Es el vientre de la madre, pero también su rostro, como en la panorámica de pies a cabeza de la Virgen Macarena sobre la que se sobreponen los créditos iniciales. Y es que la bajada al sótano también encuentra su metonimia en el interior del paso de semana santa Sevillano con el que abre la película, donde el costalero descansa del individuo para ser cuadrilla y, entre todos ser uno, levantando ese paso cuyas imágenes toman vida en el andar fuera de la iglesia. Pasos acompasados los del costalero como los pases de Miguelín en la escuela del sótano. Inconsciente y consciente, cielo e infierno a un tiempo. Sótano de alquimia donde 500 pesetas riman con los 500 kilos del toro, promesa paterna y peso, cuerpo; caja fuerte y llave, sueño compartido del padre.

El sótano de la verdad 02

El hueso y la palabra
Rosi descubre que la paternidad no es una sola voz, sino un coro que necesita constelar. Miguelín toma del padre el ruedo, dibujado en ese hermoso campo de trilla que recorre en círculo, sentado sobre una pequeña silla de enea y tirado por un par de mulillas, similares a las que sacan al toro muerto de la plaza. Cuando Miguel se acerca a la taberna taurina donde se ubica el sótano, él y un grupo de hombres que le acompañan cantan y bailan con una mujer que lleva colgada del brazo una silla igual que la de la trilla. Misteriosa transición entre el campo, el baile y el toreo donde la silla es armazón, soporte, esqueleto y hueso, cuerno que escribirá sobre capote y muleta frases que emocionan, cante.

Miguel inicia una especie de viaje mítico que empieza en el padre carnal y que tiene continuidad en el amigo del padre en Barcelona, en el encargado de esa pensión cuya disposición de las camas tanto recuerda al de los chiqueros o al estabulado del ganado, el maestro del sótano Pedrucho que le da las claves, el código, y el primer apoderado que pide “muchos billetes” (reuniendo “valor” y “valor”) por Miguel al apoderado de renombre Don José López. De todos Miguel tomará alguna palabra de reconocimiento que reunidas formularán una mancia, una especie de conjuro que en “el momento de la verdad” permita el encaje, de la espada en el hoyo de las agujas (el sótano también) y el cuerno en la ingle, el yin y el yang.

La trilla y el ruedo

La voz umbilical
En un momento de la película la madre de Miguel tiene que dar el permiso para que viaje a torear a América, para convencerla, le instalan un teléfono en la casa y este le dice: “aunque no esté podrás oír mi voz”. Después de la cornada del final, Miguel yace en la mesa de la enfermería y le pide al apoderado: “llama a mi madre y dile que no es nada”. Considera completada la figura paterna que ha ido construyendo en su periplo y, al pedirle que hable con la madre para decirle que no es nada, en realidad ese nada, es la posibilidad de todo, la palabra que como semilla es depositada en el oído de la madre para engendrar el que en sueño compartido con el maestro imaginó en el sótano.

Rosi encuentra en el toreo y la tauromaquia un ritual vivo que llega donde el cine no puede, especialmente en la tradición neorrealista. Necesita crear un dispositivo como el del sótano capaz de trascender la dimensión de lo real, una puerta a la “Hondura” manifiesta en la tauromaquia y el flamenco, que excita algo de lo que duerme en el inconsciente individual y colectivo para aventurar un ser prometedor.

El momento de la verdad