Stella
No es habitual a estas alturas encontrarse en el cine con sorpresas tan emocionantes como este filme. Supongo que algo habrá tambien de coincidencias generacionales (infancia en los años 70). Lo cierto es que me encanta esta película. Y es este “encantamiento” el argumento de partida para hablar de Stella y Sylvie, la directora. Si en posts anteriores he comentado la aparición de una fantasía o ficción a partir de dificultades que se encuentra el niño y que no puede resolver de otro modo, en la escritura de Sylvie Verheyde al evocar los obstáculos de su entorno y del nacimiento de su adolescencia, no hay surgimiento de fantasía, si no muy al contrario una muy delicadísima regresión a momentos de una gran sencillez donde van apareciendo emociones nuevas que van haciendo un nuevo cuerpo, un ser que va perdiendo lentamente su invisibilidad, para caer definitivamente en el tiempo. La invisibilidad es una cualidad muy común en la infancia y que sí está representada en multitud de cuentos infantiles, como esa imagen recurrente de la Bella Durmiente en que todos quedan inmóviles y ella es la única que se mueve entre ese mundo de estatuas. Así vive Stella, entre dos universos de estatuas, el del bar de adultos y pensión de excluidos sociales propiedad de sus padres y también su hogar, y un nuevo colegio un poco pijo, donde por determinadas circustancias ha sido admitida y se le presenta como una oportunidad que ella al principio no acaba muy bien de entender. En la tensión de esos dos polos se produce la iniciación de Stella sin más daño que el del propio cuerpo del adolescente que se abre a la experiencia y emoción consciente y que lentamente va revelando esas estatuas como seres vivos complejos. Esta es una de las grandes cualidades de la peli, afrontar una realidad y experiencia difícil sin más superpoderes que los de la propia sensibilidad e inteligencia y sin la cansina fiebre occidental masculina del ganador. Momentos como cuando se sorprende a sí misma en clase escuchando concentrada las palabras de una guapa profesora, suponen en el film una revelación similar a cuando Peter Parker (Spiderman) descubre que puede trepar por las paredes. Supongo que esto se lo debemos en parte a una mirada femenina adulta, sana (en mi opinión) y suficientemente singular, propia, en un universo como es el del cine, al que la mujer ha ido incorporándose lentamente en los últimos treinta años, regalándonos así esa pócima de “encantamiento” en gran medida desconocido por el colectivo masculino hasta hoy.