— buscando el hilo

Un asunto de familia

Nobuya y Lin unidas por la herida Subjetivo de la Familia desde el cielo

Osamu y Shota se mueven en el interior de un supermercado con la extraña naturalidad de los pasos anteriormente ensayados como coreografía. La misión es proveerse, hacer la compra diaria sin pasar por caja. Ante las estanterías el niño gesticula un sencillo ritual, casi una plegaria, antes de dejar caer el producto en el interior de la mochila. Emocionante complicidad que tanto recuerda las secuencias de pesca de Había un padre de Ozu donde padre e hijo sincronizan el movimiento de sus cañas como hermosa metáfora del vínculo. Sin embargo pronto descubrimos que a Osamu y Shota no los une la consanguinidad ni relación legal alguna, al igual que sucede con el resto del grupo que vive reunido en una humilde casuchita de una sola estancia. En este reducido espacio en el que llegan a convivir hasta 6 miembros se formaliza un modelo de relación que alude a lo familiar, pero que lo desborda, para fundar un prometedor sistema de vinculaciones, que necesita del simbólico de las figuras arquetípicas que componen la estructura familiar, pero como base para abrirla y ocuparla sin condiciones de arraigo, procedencia o clase; liberándola de toda cerradura que impida acceder a un hermano en el otro. Y si hay alguna condición que lo humano establece para esta relación, es la del propio fluir del vínculo como vehículo fértil, como fuente de creatividad que encuentra en el lenguaje la capacidad de nombrar al Ser revelado.

Y es el nombrar y renombrar, en un extraño ejercicio de heteronomía, lo que reajusta la identidad del individuo a su papel en el grupo, como un ritual de limpieza, como bautizo que habilita una convivencia posible dentro de este andamiaje familiar.

Lin dibujando a la familia

El dibujo con el que Yuri, Juri, Lin, relata el día en la playa, presenta a los 5 personajes al borde del mar, como 5 identidades nacidas de la indefinición del océano. Los representada con similar tamaño, difuminando el límite entre niños y adultos, igualándose en el grado de pertenencia, y desvelando que es de la unidad del grupo, de su organicidad, de donde el ser toma para encarnar.

Al mar sucede el cielo anunciado en el diente que Lin pierde y es mandado por Shota al tejado, como semilla que fructifica en flor de fuego (Hanabi, fuegos artificiales que escuchamos pero no vemos) y que justifica el subjetivo desde el cielo nocturno que muestra un cuadro en el que toda la familia mira hacia arriba, y en el que podemos descubrir, en su composición diagonal, una secreta metonimia visual con la herida por quemadura (fuegos) que como signo, código, adn, reúne a Nobuya y Lin en madre e hija.

Todo en la película conduce al momento de la aparición de la conciencia en Shota, descubrimiento que le exige mostrarse para ser detenido y “caer” en la Tierra como individuo, a la vez que reconocido por las diferentes figuras que componen el arquetipo del padre (policía, tendero, ladrón, etc). Osamu encontró a Shota abandonado en un coche cuando buscaba entre los vehículos aparcados algo que robar, rescatándolo, como el padre que recoge la cabeza del niño en el parto. Por eso, de algún modo, el hurto funda ese vínculo y es la habilidad que deposita en el hijo: Yo… no sé nada más para enseñarle, eso sí, con un código ético propio: causando el menor perjuicio, “lo que está en una tienda aún no pertenece a nadie”, “siempre y cuando la tienda no quiebre, está bien “.  Pero lo que realmente le habilita como padre es compartir eso secreto, solo transferible entre padre e hijo, y representado aquí por ese breve ritual que el niño ejecuta antes de operar en el que juntando las manos por las yemas de los dedos, hace girar los índices en las dos direcciones, adelante y atrás,* deshaciendo la madeja del tiempo que parece detener, y otorgándole una especie de don de invisibilidad (los espejos están a menudo presentes en ese momento), protección que el padre codificó facilitando a Shota su entrenamiento antes de saltar al Ser.

Quizás la metáfora de las comunidades digitales en red liberadas de fronteras territoriales y culturales esté teniendo cierta dificultad para encontrar su símil en el individuo que busca en el otro el necesitado roce de la piel. Si el habitáculo en el que conviven los personajes de este film se abriera al público en el mismo estado que Aki se lo encuentra cuando vuelve a visitarlo, acudiríamos a él en peregrinación como a un lugar sagrado, pues guarda la conexión con esa imagen primera que nuestro inconsciente conserva y aún nutre al niño, que adulto sobrevive, y ensaya como Koreeda en sus ficciones, un papel posible que representar en el grupo, la familia o la comunidad.

* Como en De tal padre, tal hijo, al retroceder en los disparos que la cámara guardaba hasta las fotos en que el niño retrata al padre, donde éste descubre que es el hijo el que elige, proponiendo un vínculo que trasciende la consanguinidad.