El Bosco. La exposición del V centenario
Algo en la infancia del Bosco, seguramente ligado a una figura materna frágil, o a una dificultad inasumible por un niño, desatará esa dimensión fantástica, que ligada al universo visible en la plaza del mercado donde vivía, constituya una especie de imagen primordial sobre la que resuena toda su obra.
Esa puerta abierta por el niño le dará acceso a diferentes planos de conciencia, a diferentes dimensiones de la realidad animal, vegetal y humana; cielo, tierra e infierno. Esta supercualidad seguramente parta de su más que probable dificultad para separar unos planos de otros (no es tanto que tenga una habilidad para juntar estas diferentes dimensiones, sino que es así como él los ve), además de mantener a Jerónimo toda la vida en el quicio de esa puerta como espectador privilegiado (visionario), con el altísimo coste de no poder ser partícipe del mundo que con tanta maestría representará. De ahí la importancia de ese pequeño cuadro de la Coronación de espinas, seguramente de los últimos años, donde sin duda él está representado en la límpida imagen del Cristo que desea ser coronado, como el niño corona al nacer, al ser encarnado. De hecho el formato tríptico representa una puerta, que como tal, está concebida para mantener cerrada y abrir solo en momentos especiales.
El tríptico también señala el patrón circular con el que El Bosco construye sus obras, como un centro constelado a su alrededor, como ese niño adorado por los reyes magos y los diferentes espectadores, modelos y arquetipos que completan la circunferencia, y que se repite en el carro de Heno, Jardín de las delicias, Coronación de espinas, etc. Esta idea de lo circular supone también movimiento, similar al de los planetas alrededor del sol, el centro de la conciencia, habitualmente representado por Jesús.
El hecho de mantener el tríptico cerrado podría presuponer que su apertura estaba ligada a un relato oral, una conversación o un ritual, posiblemente acompañado de música. En realidad una puerta dimensional, pues el acceso ritualizado a esas imágenes en la época, debía producir un efecto como de estado alterado de consciencia o de trance. Esta conexión con un mundo multidimensional facilita ese imaginario donde lo pequeño y grande, lo animal y vegetal, las geometrías y arquitecturas, lo real e imaginario, conviven con una naturalidad asombrosa, propiciando al hombre de los últimos 500 años algo parecido a un mapa arquetípico, que siglos después definiría Jung como inconsciente colectivo y que sincrónicamente se desarrolla a través del Tarot*.
El Jardín de las delicias.
Esa idea de lo circular ensayada en cuadros anteriores culmina aquí, ya con la puerta cerrada, en esa sorprendente esfera que representa el mundo, pero sobre todo en la tabla central interior situada entre el cielo y el infierno, entre la creación y la destrucción, configurando un gran MANDALA DE CONCEPCIÓN, donde el paisaje compone un imaginario de los órganos sexuales femeninos, pero sobre todo de los reproductivos: ovarios, útero, etc.
Un mandala que convoca la concepción, que habilita una figura femenina posible y fértil, vital y saludable frente a la representada por ese endeble cobertizo de La adoración de los reyes Magos.
Jerónimo en la puerta del mundo crea un sinfín de imágenes de encuentros sexuales o formas de gozar el fruto, casi un catálogo de opciones, que como un cromlech, un tarot desplegado en círculo, un mándala, propongan al óvulo una elección deseable que le permita cruzar esa puerta.
* Es curioso que la primeras referencias escritas que tenemos de la existencia del tarot, que despliega un imaginario con tantas similitudes con las representaciones pictóricas de El Bosco, coincidan con las fechas de su biografía, quizás tan solo una sincronía, pero sorprende aún más cuando una de estas citas se encuentra en el «Tratado de Teología» de San Antonio en 1457.