Desafío total
Dos imágenes que andan juntas.
– Una especie de metro-ascensor gigante que llaman “la catarata” atraviesa la tierra de un extremo a otro pasando por el núcleo, donde se pierde la gravedad, cual niño en útero.
– Y dos manos (chico y chica) atravesadas por una misma bala mientras una sujeta al otro que cuelga de una ventana.
Ya solo en esta reunión alcanza sentido el relato. Relato que se construye en opuestos: dos chicas (Lori y Melina), dos figuras masculinas paternas (canciller y rebelde) y “el niño”, el protagonista que anda en la fantasía de superhombre, a ver que encuentra. Él que es el punto de unión que nace de la cruz que dibujan esos cuatro polos de chicas y “paters”.
Una secuencia destaca entre tanta acción, explosiones y ficción: él entra en su casa, o en la que le dicen que es su casa, pues no recuerda, no es, quizás, y todo está envuelto en plásticos, sellado. Con una navaja abre todos esos capullos que contienen una supuesta vida pasada, y que encienden algún posible recuerdo. Se sienta en un piano de cola y toca para averiguar la tecla que no suena, cambiando esta por otra que sacó anteriormente de una caja fuerte (secreto del padre sin duda). Ahora sí suena la melodía completa en ese cuerpo materno que sugiere siempre un piano y que según Alfred Tomatis resuena como la voz de la madre a un niño en el vientre. Y hete aquí que la composición dispara una proyección holográfica donde una cabeza de sí mismo sale de ese cuerpo, del piano, para responder a algunas preguntas, como si el niño en su nacimiento ya con la cabeza fuera entablara un diálogo con madre (piano) y padre (la tecla secreta) reclamando ser nombrado, querido. Cabeza también la del superascensor que asoma por el otro lado de la tierra.
Pero es la bala la extraña semilla que reúne ambas manos, hilándolas. Curioso Ying -Yang. Hay algo en estas pelis de ciencia ficción que intuyen interfaces holográficos del futuro en que las manos coreografían gestos que acceden a la información, como si en ese baile se navegara por zonas del cerebro difícilmente accesibles de otro modo, e incluso en ese tocar hay algo que desea al otro, dibujando la bala entre esas dos manos un hilo virtual en el que la distancia no importa: esos chats de teléfono móvil que entre dos tejen hilos, con dedos agitándose rápidamente cual encaje de bolillos que hacen también cuerpo, pues el cerebro en esa gimnasia así lo lee. La palabra toca, pues hace real lo que diciendo antes era solo deseo.