— buscando el hilo

Madame Bovary

Bovary  trenzada

Ese breve desplazamiento sobre el personaje Bovary que supone la mirada de una mujer es la esencia de este filme. Podríamos decir que se trata de un movimiento en zigzag o de diagonales cruzado, trenzado como el que compone la sofisticada vestimenta de Madame, constituyéndose en una especie de gramática especular, donde la directora sitúa un subjetivo dotado de una carga dramática similar a la de una voz en off. Estos hermosos y sofisticados vestidos se revelan también como armadura que sostiene y contiene cuerpo, lo oculta tanto como lo desnuda, igualando tejido y piel, tatuaje que relata. La insistencia de planos de espalda que apoyan la mirada sobre estos zigzags tejidos, sitúa el ver como una carga sobre las espaldas de la Bovary, o como ese libro que portan sobre la cabeza las señoritas para aprender a andar derechas y que aquí literalmente es transformado en traje.

También nos cruzamos con mujeres que cargan ramas a las espalda, mujeres árbol, y es que la naturaleza y los animales puntúan durante todo el film esa voz que domina el traje, en una aproximación un poco panteísta a la novela. No en vano Barthes acaba vistiéndola de otoño para igualar la caída de la Bovary a la de la hoja del árbol, que de algún modo acabará siendo nutriente de la propia planta. Única opción esta de fertilidad para un personaje que transita un mundo de figuras masculinas débiles, inútiles y torpes (declarado de forma explícita en el discurso del padre en su boda). Figuras apenas imaginarias a partir de la muerte del ciervo, que simbólicamente la excluye como ser encarnado, situándola en el delirio. Esta estructura delirante es la que le permite hacer con la energía paterno-masculina representada en el dinero, que al no tener figura real a la que asirse, resulta tan incontenible como estéril. Y es que Bovary más que un personaje es una arquitectura, un andamiaje, lo opuesto a un decorado, trenzado y acordonado sobre ese delirio que a Flaubert se le revela innovador, un recurso con el que forjar un nuevo femenino, para desde ahí articular un masculino posible en un mundo que el escritor veía por venir y que Sophie Barthes sostiene sobre su cabeza, para andar erguida, “como una señorita” que reclama a lo masculino su parte en la función.

Bovary panteista y delirante