Sobrenatural
Sobrenatural ubica al hombre, al torero mayor, en una especie de limbo, un lugar vaciado en un ejercicio de contención visual, escenográfica y en la construcción sonora de un fondo circular, de un ruedo del no lugar. Desde aquí el torero Andrés Vázquez, con más de 80 años, anhela el toro que permanece como escritura en cicatrices, rostro, gestualidad, habla, configurando una retrato sustentado en estas huellas que, como un libro de memorias, alude a aquello que fue, y es evocado en pequeñas performances resueltas en secuencias de gran plasticidad, que proponen un peculiar entrenamiento e insisten en el efecto de vaciamiento y distancia.
Juan Figueroa parece querer otorgarle a la vejez una capacidad “sobrenatural”, cuyo superpoder es ubicar al hombre en una especie de plano de realidad diferente, entre el ser (frente al toro) y el no ser (en ausencia de este), propiciándole una perspectiva multidimensional y de algún modo, equiparable a la asombrosa objetividad de la cámara al registrar imágenes en movimiento. (“No sabemos qué sentimientos tiene la cámara” dice Andrés Vázquez en el rodaje de la peli intentando entender cómo lidiar con ella).
La presencia del toro es rememorada en 2 hermosísimas faenas donde la imagen adquiere fisicidad a partir de su reconstrucción sonora, componiendo un ritmo percutido por el galopar del toro que asemeja el del corazón, y confundiendo respiración de toro y torero, como si ese violento encuentro fuese el aliento que sitúa al ser en el cuerpo, en el tiempo.
El hombre joven viste al mayor para un último encuentro con el ser (con el toro), este traje de corto adquiere un cierto carácter de armadura simbólica cuya literalidad es la de andamiar al padre, otorgarle una vez más (de ahí el entrenamiento al que es sometida esa figura) la capacidad de la escritura con el capote y la muleta, con la espada que rubrica el inicio de la biografía. La del hijo nacido cuerpo de la muerte del toro, en un ritual tan ancestral como vivo hoy.