Dolor y gloria
Arranca la película con una metonimia visual entre las dos primeras secuencias: a la cicatriz que divide en dos el torso de Salvador visto desde el fondo de la piscina, sigue la tabla de lavandera de la madre, también en el agua, también en simétrica división. Esta rima es eje, “columna vertebral” sobre la que Almodóvar sostiene su relato, cicatriz de cesárea en cuerpo de hombre. Signo primero, letra con la que iniciar el relato biográfico ante la ausencia de gesto paterno, tomando de la madre el zurcir, el coser en analogía con el escribir, pero heredado con un solo sentido, el del cierre, como el cosido lomo de un libro por los dos cantos opuestos. Libro amortajado. La madre cuyo simbólico se manifiesta estéril en su capacidad de reconocer al propio hijo, le encarga a este su amortajamiento, su imagen última como único legado posible cuya teatralización se afana en detallar, concediendo apenas un rastro de posible umbilicalidad en lo especular de esta representación final.
Esta fría imagen de la madre encuentra continuidad en el trabajo de sustitución del actor, como reponedor de lo que falta, pero también en ese encarnar lo biográfico, en una especie de entrenamiento de la entrega paterna, de sincronicidad, cediendo en el otro algo del ser propio, e intentando restaurar un ciclo roto (de ahí el dolor) ante la ausencia de figura paterna y una materna insatisfacible, intentando constituir un cuerpo que reúna el simbólico de ambas figuras (de ahí esa división del torso) sobre el que intervenir quirúrgicamente como cesárea en cuerpo propio y extraer como adn del cordón umbilical una imagen primera o primordial, un nuevo ser que reinicie el generoso ciclo de la creatividad. El actor le dice “No voy a hacer a Shakespeare, te voy a hacer a ti”.
Las figuras del deseo de Salvador («El primer deseo») son figuras masculinas que en su fantasía avivan el deseo de la madre restituyendo una figura paterna cuya falta lo dificulta para el ser. Este se afana en avivar esa imagen inerte heredada, despertar algo del deseo que intuye de su madre en la figura del pintor, haciéndolo propio. Ve en la pintura una vía de liberación ante la escritura del cierre, iniciándose en la manipulación de la imagen, anunciada ya en las simetrías especulares del arranque. Pintura por palabras pintadas con la que resanar las paredes de la cueva-útero en un día caluroso, escritura de descoser para desatar la fiebre de un sueño erótico, el de la propia concepción.