Maya
Mia deja muy pocas señales en sus películas, pocas marcas, siente la paternidad de los Lumiere emocionada por la subjetividad de la cámara tras simplemente colocarla ante su sensibilidad para impresionar.
Cuando la luz de la lámpara se apaga en la secuencia de recibimiento a los secuestrados y suena el canto de la que fuera la pareja de Gabriel, la cámara desciende hacia sí misma, adentro, hacia el cuarto oscuro del secuestro, hacia un interior del que la voz, como rastro de migas, dejará una guía hacia la que poder ir.
“Maya” es un viaje hacia la madre, difícil de iniciar, cuando la madre es el fuego. Gabriel viaja a la India, donde más adelante sabremos que pasó sus primeros años. En Goa se afana en reparar la pequeña casa de su infancia. Viaja solo, definiendo una ruta que parece dibujar un trazo anterior a su escritura. Cuando llega a Bombay conocemos a la madre que les abandonó a su padre y a él. Encontramos a una mujer rubia con traje naranja, incendiada, como la casa heredada que los especuladores inmobiliarios de Goa harán arder. En la conversación con Gabriel, cuestiona la legitimidad de su rescate, del dinero con el que se pagó, y con ello, de la propia legitimidad paterna, reincidiendo en el abandono, dejándolo dentro y sin opción.
Gabriel entonces retoma su hilo de ariadna (Maya encarna esa voz guía iniciada bajo la lámpara oscura) para llegar hasta el origen, el lugar del que la madre tomó el nombre de la casa que heredó. El amor por Maya, lo detiene aquí un instante, surgiendo del trazo de su andar la escritura (vemos pronto un cuaderno con notas sobre su mesa), y de la voz de la mujer bajo la lámpara y el tejido de Maya, su propia voz. Voz masculina la de Nick Cave que canta en diálogo con Else Torp: “el sol, en los ojos de ella, levantándose”, imagen primordial ante el encuentro de la pareja, un paisaje fértil para el ser.
Gabriel ya puede salir, vuelve a la guerra, al origen, a la madre. Junto a su pasaporte-identidad adjunta un par de billetes (dinero), lo acompaña la energía del padre, la creatividad.
Mia casi siempre acierta al colocar la cámara y parece contener la respiración mientras graba para que nada escape a lo que su interior recoge, para que en este silencio, en su secuestro, los actores no encuentren obstáculos a lo que de su personaje quiera salir.