
Pliegue de la escultura que Antonioni acaricia, pliegue del ojo; mejor de la mirada que viene devuelta, que vuelve y envuelve. La basílica que acoge el Moisés de ese otro Michelangelo y que Antonioni enuncia como si cualquier otro Michelangelo fuera él mismo, parece insinuar que la mirada no es sólo la del que mira
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