Bajo Tauro y Orión
Esplá no le deja sitio a su hijo. Luis no hace sitio a Alejandro.
No hay figuras femeninas en todo el film. Solo una anotación al final de un ritual taurino matriarcal. Sin embargo empieza la peli vistiendo a Esplá de luces, traje cargado de argumentos femeninos, como los lacitos, que reúne con la cinta de cine.
Lo primero que hace Esplá es alejar a su hijo, lo manda a EEUU a estudiar. Cuando vuelve decide ser torero en contra de la estrategia de su padre, para de algún modo ocupar el sitio de este, busca el abrazo, el reconocimiento. La peli organiza un juego de espejos. Espejo negro en principio, porque se organiza en torno a la figura del toro: Bajo Tauro y Orión.
Esplá muestra miedo a que su hijo sea herido, o que se vista de luces, que en este caso es lo mismo.
No quiere ese hueco para su hijo, no quiere que se produzca la escritura en el cuerpo de su hijo, le niega un relato propio. En una de las últimas secuencias vemos como se vendan las astas al toro (para que no se dañen antes de la corrida, nos cuentan), para ello le tapan la cara al toro. El momento de matar es cuando se “le pierde la cara al toro”. Al principio del film esta acción, el momento de matar, se ensaya y practica reiteradamente. Cuando se da la alternativa, lo que se pasa es “el arte de matar”, que algo tiene que ver con el arte de dar vida.
Esplá abraza en la alternativa, pero no da paso. Ese secreto, literalmente y en sus propias palabras, se lo lleva consigo en forma de clavo, a partir del cual se realiza el círculo de la plaza donde creció y que el padre de Esplá dejó enterrado como un tesoro. Sobre ese clavo dibuja el círculo de su nueva plaza, pero encontramos notables diferencias entre las dos:
En la primera hay escritura en las paredes en forma de los dibujos, casi letras, del lenguaje propio de los hierros de los toros (alude a lo que identifica al animal dentro de una ganadería) que no hay en la otra que además no tiene pantalla de cine. Esa primera plaza también presenta una extraña similitud con un Zoótropo. Y curiosamente ese clavo que se lleva, también es eje de bobina de cine.
Cuando Esplá abraza en la alternativa, es un abrazo cariñoso, pero sujeta, no da paso, por eso el hijo inmediatamente reclama brindándole el toro y se produce un segundo abrazo, pero Esplá no cede.
Uno de los planos más hermosos de la peli es cuando cerca del final Alejandro está toreando sin toro en la arena en plano casi cenital, mientras Esplá habla de un mundo que desaparece y que es el que le ha entregado a su hijo; las señales, el rastro que el chico va dejando en la arena mientras torea, son inmediatamente borradas por un hombre con un rastrillo. Curiosamente esas marcas que provoca el movimiento y que desaparecen inmediatamente tiene mucho que ver con el cine. Hay dos presencias casi fantasmas en el film: El padre de Esplá, una presencia que apenas habla, y el hermano del que no se cuenta nada, pero que vemos también torear en películas antiguas. Otro efecto de borrado, que intuimos, está en la raíz del miedo de Luis Francisco. Como las imágenes que muestran la destrucción de la plaza del padre, que arrastra pantalla y ese círculo secreto.
Cerrando el film, descubren la cabeza de un toro en la casa, anteriormente le habían tapado la cara a un toro vivo para protegerle los cuernos (para proteger al hijo), al descubrir la cabeza que cubre un lienzo blanco (extrae la pantalla del toro, del cuerno), cuesta retirarlo porque se engancha en las astas, como queriendo reclamar su misión de herir, de señalar, de hacer hueco. La dureza de este relato está en ese círculo que dibuja Esplá sin fisura, esa prisión habitada de sombras y fantasmas. Ese útero duro que se resiste a ser fecundado. Sin embargo Michael Meert ha podido construir ese espejo negro con el que inicia y cierra el film, ese cielo oscuro en el que se adivinan siluetas de toros, con la esperanza de que algún día embistan.