Summer Wars
Una breve secuencia puntua todo el film: la abuela-madre en flashback, coge de la mano al niño adoptado (Wabisuke). Al fondo una gran nube. La fragilidad de ese vínculo es la que construye la fantasía que desata este relato. Oz tiene la forma de esa nube.
Lo más asombroso de este film es su capacidad para representar visualmente lo que es más difícil de representar: la red, la conciencia, las emociones, las energías transpersonales, el inconsciente colectivo. Haciendo abstracción, en el film no pasa nada relevante más que la muerte de la abuela de Natsuki y la aparición en sincronía de la sexualidad de esta. Todo lo demás es una especie de fantasía de ficción que sirve para representar lo que movilizan estos acontecimientos.
Natsuki adora a su medio tío Wabisuke e invita a la casa familiar (todo un clan que arraiga en antepasados samurais) a un compañero del instituto con poca experiencia de entorno familiar. Kenji es un Wabisuke adolescente, una especie de espejo, de reflejo. Avanzado el film descubrimos que Wabisuke es el que ha creado una inteligencia artificial llamada Love Machine que será infiltrada en el mundo virtual de Oz. Maquina de amor, curioso nombre con el que bautiza el adoptado Wabisuke la inteligencia artificial que penetra esa nube que simula el paisaje del vínculo con su madre adoptiva y más allá toda una red de vínculos, un verdadero árbol familiar. No hay referencia alguna al suponemos fallecido marido de la abuela, solo una armadura que como un fantasma tiene una acentuada presencia en la casa. Curiosamente el primer avatar que representa a Love Machine tiene cierta similitud con esa armadura.
El extraordinario ejercicio de representación de este film desvela algunas claves para entender el sistema de red que ha revolucionado el mundo contemporáneo. El avatar como construcción de un yo virtual, un cuerpo informacionalizado capaz de visualizar un paisaje vincular al que es posible entrar a jugar. Si la física cuántica, la teoría de redes, etc intentan demostrar que todo hace parte de una misma cosa, la red crea un escenario que posibilita la realización consciente de esa vincularidad. No es nada nuevo para el que ha estado en una plaza de toros, en un estadio de fútbol o debajo de un paso de semana santa, donde un grupo o colectivo de muchos se hace uno; en el caso del paso para «animar» una imagen (algo tiene que ver con el animé a pesar de la distancia). Esto lo sabe el hombre desde mucho antes de la física cuántica. Lo extraordinario de la red es su dimensión y la capacidad para “dibujar” ese paisaje vincular haciéndolo visible, accesible, y lo más importante, consciente. Es como si el paradigma del inconsciente colectivo hubiera alcanzado en paradoja, un nuevo grado de consciencia. El árbol familiar, el clan, se encuentra en el extremo de sus ramas y raices con otros árboles, un bosque de un solo árbol, como las raíces de un bosque de bambú. El hombre ha alcanzado la capacidad de hacer una representación consciente de sí mismo, un avatar. Creíamos que volaríamos como pájaros o ángeles, pero hemos vaciado el espacio que pisan nuestros pies, para ser savia de un solo árbol, conciencia de un cuerpo colectivo.
Internet es una sistema que crea el pentágono capaz de proteger la información de un bombardeo. El hacker es la representación de lo masculino excitado capaz de penetrar el cuerpo informacionalizado. Kenji es una especie de Hacker inocente, se despierta esta capacidad en él como si de una erección involuntaria se tratase. Al final de la peli Love Machine hace que un satélite se estrelle cerca de la casa de la familia de Natsuki desatando una especie de Geiser del suelo, un femenino excitado. Algo que estaba en ese cielo, en esa nube, desea la tierra, la muerte de la abuela desata esa fuerza transpersonal que como un bombardeo abre la tierra, para engendrar cuerpo.