Sólo el cielo lo sabe
El árbol dentro.
La película se inicia en exterior, desde la copa de un árbol otoñado, casi acariciando las ramas la cámara. En una breve conversación de Cary y Ron, éste corta una ramita de un árbol que ella introduce en un jarrón de su dormitorio. Es el prólogo que anuncia el relato.
El árbol dentro.
Pero más que un relato, este film parece más bien un cuadro, una pintura con esa singular paleta que es el Technicolor y cuya intensidad, personalmente, me produce una especial emoción, sobre todo cuando está utilizado con la brillantez con la que aquí se hace. Supongo que de alguna manera son los colores de mis padres, de los años de sus enamoramientos, o de mi concepción. También es el color de alguna de las películas de mi infancia.
Una anunciación quizás, sería la temática de este film si hubiera sido pintado en el Renacimiento, con ese cervatillo al fondo, que como el burro de “Al azar, Baltasar” de Bresson o el de la entrada de Jesús en Jerusalén parecen convocar una conciencia que desea ser encarnada.
Pero la paleta de Sirk está siempre matizada con ese juego de sombras y luces, que oculta, muestra o sugiere continuamente, y que es una manera de introducir la naturaleza dentro de la casa. Todo podrían ser sombras de árboles que van penetrando suavemente ese espacio materno, y que alcanza su culminación en la casa molino cuya cristalera es sólo una suave transición entre el fuera y el adentro, como si de una arquitectura japonesa se tratara. Pero, antes, está ese abeto que entra en la casa como árbol de navidad, y que también viene de una emocionada conversación con él.
La luz dentro. El árbol dentro.
Y el hogar, como le llama Cary a la chimenea, a ese corazón ardiente, que sus hijos intentan sustituir por una televisión. Por la pura imagen sin cuerpo, sin llama. No recordaba que se contara en una película de forma tan literal el lugar que viene a ocupar el aparato de televisión como sustitución de la chimenea alrededor de la cual se contaban los relatos. Aquí explícitamente, refleja la llama del fuego de la chimenea en la pantalla del televisor. Quizás Hicthcock en “Los pájaros” lo hace con más contundencia, pero no de una manera tan explícita.
Pues ese hogar es el que revivirá a Ron de su caída en la nieve, en el frío, mientras intentaba llamar la atención de ella. El fuego y las atenciones de ella, claro. Madera y dulce de ese hueco que él preparó para poder ser, de ciervo, hombre.
El árbol dentro.