Kiseki (Milagro)
“Al final no pedí un deseo, escogí el mundo”. Son las palabras de Kohichi, tras el cruce de los dos trenes, tras la erupción de su Volcán. Esta frase contiene todo el film. Algo está separado y hay que reunirlo. El fruto de ese encuentro es una explosión, un milagro, el ser.
Es curioso que en las traducciones del título de este filme se tomen elecciones entre milagro y deseo, como si fueran lo mismo (Kiseki, Milagro, I wish). En Japonés el kanji de milagro se compone de dos ideogramas, el de huella, señal y el de extraño, misterioso o extraordinario. Parece sugerir Koreeda que el deseo enunciado y aireado en bandera; hermosísima bandera de deseos que contiene las señales de cada niño, su escritura, el anuncio de su querer ser; realiza milagrosamente el deseo o por lo menos convoca aquello que lo posibilita. Como si la misma emoción de encontrarse con el propio ser, de sentir el sujeto (lo que sostiene al ser) hace del hombre, del niño (hombre esencial) un ser extraordinario. Un superhéroe sin mitología, cuya capa es la de haber elegido el mundo y cuyo superpoder es el de poder nombrar y mostrar, quizás escribir, aquello que sinceramente se desea, reuniendo lo que está separado, eludiendo la polaridad, aunque sea por un instante, justo lo que dura el cruce de dos trenes bala, un satori. Tradicionalmente se ha considerado el satori o la iluminación como un momento divino o de plenitud del individuo, quizás lo que sugiere aquí Koreeda es que ese instante de iluminación, es precisamente el momento en que el hombre prescinde del individuo, del yin y el yan, del cielo y el infierno, de lo masculino y femenino, produciéndose aquello que llamamos creatividad, aquello que se ha desprendido del individuo para serle revelado al universo, una pequeña aportación con la que colaborar en la ampliación de ese canal que identificamos como arquetipo y que representa el tejido sensible de la tierra, del mundo que ha elegido Kohichi.
Esa bandera de deseos es también una imagen del cine, curiosamente colocada al lado de la vía del tren, ondeando ante el encuentro, casi choque, de dos trenes bala, para en su roce producir una chispa, una erupción que avive el deseo de cada niño, sin duda el deseo de ser en el mundo. Cine y tren definitivamente hermanados desde sus inicios, en Ford y en Ozu, en Keaton y en una innumerable cantidad de autores, quizás intuyendo que esa locomotora avive la imagen, animándola a soñar con el cuerpo.