Yo he visto a la muerte
“¿Dónde está el toro? No puedo verlo”. Son algunas de las últimas palabras de Manolete yéndosele la vida. En tres de las cuatro historias de la película Yo he visto a la muerte, Forqué asimila torero y toro. En De blanco y oro durante la proyección de la cogida, coloca la sombra de Bienvenida sobre el toro, en una imagen detenida, donde los pies del torero están por encima del toro haciendo un solo cuerpo con él; en La Capea presenta al “Velas” vestido de oscuro, cargando unos grandes cuernos a la espalda ligados al atillo que parece completar la cabeza del toro; y en el episodio de La Muerte presenta a Dominguín con una sombra sobre el rostro, similar a la que recibe la cabeza de toro que vemos al fondo. También en Espléndida iguala a Álvaro Domecq padre a la yegua, entre otros detalles señalando la foto en que este lleva a las espaldas “a caballito” a su hijo todavía niño. El toro entonces parece ser la sombra de aquello que te sitúa en la tierra, en el mundo, en la arena. Y el público, aquí especialmente encarnado en el charlatán de feria, representa la violencia que empuja a salir del no ser, una especie de avivador, el Joker de la baraja o el Loco del tarot.
“Tu sabías que entrando a matar era inevitable la cogida. ¿Por qué te dejaste coger?” dice Dominguín en presencia de la figura de cera de Manolete. “Me has quitado el nombre y la fama. Ahora eres tú Álvaro Domecq” dice el padre al hijo, en el momento en que la yegua Espléndida, con la que fue uno en los ruedos, está a punto de morir. “Estoy muerto” dice Bienvenida. Cuando “El Velas”, físicamente muy parecido a Manolete, está muriendo, tiene frío, tanto como inspira la figura de cera de Manolete en el siguiente episodio. Andrés Vázquez le tapa con su Capote, llevándoselo de algún modo (como si de la verónica se tratase) con él a torear en plazas de primera, donde el público te identifica más allá del apodo de “maleta”, curiosa denominación para el que está por hacer como torero, como hombre; como si el contenido de la maleta fuese la posibilidad pura.
La película sitúa la señal de la cogida como signo primordial, la cruz en la arena y el nombre como el inicio de la biografía, del relato. Instante sin tiempo, detenido este, congelado en figura de cera. El toro separa al otro de su espejo eligiendo uno entre los hermanos, pero manteniendo el vínculo como cuerno en la ingle, para desesperadamente ser uno.
“Perdona, no pude llegar a tiempo. Tú sabes que no pude llegar a tiempo”; implosionado el otro como si el toro entrara a la muleta y no saliera de ella, pero otorgando al gemelo la gracia del tiempo. “Demasiado despacio” precisa Dominguín a Manolete en el modo de entrar a matar a Islero.
Torear en la plaza es de algún modo rememorar ese momento que está entre la cera y el ser, repetirlo como en un mantra capaz de dotar al hombre del superpoder de la conciencia, que el toro revela como de un buen negativo, asombrando a lo humano y postrándolo ante su propia imagen.
Película de hermanos, dobles o gemelos: Bienvenida y su hermano, Álvaro Domecq padre e hijo, Manolete y Dominguín, Andrés Vázquez y “El Velas”, ya que torear es verse (gustarse dicen las crónicas), de ahí las luces del traje, para que el toro te encuentre “¿Por qué te dejaste coger?”, (siempre ocurre simbólicamente en el momento de entrar a matar, en el momento del intercambio) porque la cogida te desprende del doble para acoger la oscuridad, y negro todo, verse en la muerte, verse completo. Yo he visto a la muerte, como privilegio otorgado al hombre que necesitado del ser, en cada herida se abre al sexo del pitón (27 cornadas cuenta Bienvenida), suturando luego aquello que como texto, número o escritura constituye la memoria del cuerpo y que la piel del cine simula, apenas herida por la luz.