X-Men: Días del futuro pasado
Hombres X. “Aceptar el dolor de cada uno es la base de la fuerza”, del superpoder. Entiendo que el dolor de la diferencia. Del ser X, encarnado.
La peli empieza en créditos en entrada por una especie de canal de concepción, y acaba sacando a un hombre de las aguas de la indiferenciación. Este es el viaje hacia la X.
Extraordinario relato para adolescentes, momento en el que uno debe aceptar su diferencia y comenzar la separación de padre y madre. Adolescentes que el espejo les devuelve una imagen un poco monstruosa haciendo un acné o viéndose raros respecto a un patrón que en la fantasía de esos años asignamos a la mayoría.
La aceptación de la diferencia es también poderosa arma contra el fascismo (código profusamente representado para definir el mal y la oscuridad en esta peli y otras similares) que promulga la uniformación frente a la suma colaborativa de las diferencias de cada uno. Este modo colaborativo es lo que hace esta saga de superhéroes un poco más moderna e interesante que las de los superhéroes monoteístas.
He tenido la suerte de ver esta peli junto a un adolescente a punto de cumplir los 15 y apreciar como el proceso de sucesivas identificaciones (escogiendo entre la constelación de superpoderes, modelos y arquetipos, aquellos que le resultaban más próximos, y presenciando emocionado, como ese juego de empatías le revelaba una imagen de sí mismo que apenas está empezando a vislumbrar, descubriendo la emoción de la propia inteligencia, de pensar por sí mismo y de verse capaz de desplegar el superpoder de su diferencia que lo nombra como X, como una incógnita que despejar en el mundo al que pertenece y con el que tendrá que pelear, negociar y colaborar. Lo veía crecer centímetros por instantes, contagiado por el catálogo de sucesos extraordinarios que atesora este film, especialmente con el chaval veloz que se aburre ante la lentitud de los demás. Esa es también la velocidad del adolescente: “apartaos que voy y me impedís avanzar”. El aburrimiento como identidad motor de una generación.
La extraordinaria ventaja que nos ha dado algo más de un siglo de cine para apoyar nuestras experiencias en las de otros que han hecho el titánico esfuerzo de compartirlas, ha imprimido una velocidad extraordinaria a la evolución de la conciencia. Cuando Charles habla a Raven en la distancia a través de otras personas en el aeropuerto, esas diferentes voces que completan un discurso algo tiene que ver con el cine. Cine que reclama una nueva forma, su propia mutación, el permiso para abandonar la condena de la linealidad (“Días del futuro pasado”) y la pasividad del espectador, estimulada por ese sonido surround dispuesto a mover a este de su butaca. A abandonarla en realidad, en busca del mando de su consola, porque si el cine ha movilizado la emoción buscando sentir el latir del corazón, esta nueva mutación transmite ese palpitar a la mano que reclama la intervención del cerebro propio y el vínculo del otro en red.
La peli muestra como la aceptación de cada superpoder exige una renuncia (en Charles Xavier por ejemplo sus capacidades mentales por andar). Esa renuncia, esa herida, es la que hace sitio al otro y la que nos permite jugar en red, relacionarnos. (X-Men nunca propone dos mutantes con el mismo superpoder, lo que equivale a un poder parcial necesitado de negociar y colaborar con otros).