Teresa: el cuerpo de Cristo
Si hay algo extraordinario en esta película es la representación de lo femenino desencarnado, tanto en la aventura de encarnarse a sí mismo, como de vehículo para encarnar al otro. Pocas veces la corporización de lo femenino había encontrado una cartografía tan detallada, capaz de revelar su fractalidad, la célula ya anunciada en los créditos iniciales, el código genético resuelto en pliegue, tejido y encaje, como si esta fuera escritura anterior a la escritura, tatuaje interior.
Se dice que Santa Teresa en ocasiones escribía con una mano y sujetaba el hilo de la rueca con el otro. Reveladora imagen para este blog que busca el hilo. De hecho parece ser que escribía por indicación de sus superiores hombres. Loriga tiene en la escritura su herramienta natural, aunque que aquí también es maestro lector. Busca y encuentra en la diseñadora Eiko Ishioka la otra mano de Teresa. Con estas dos escrituras elabora el film, y ese código entre el hilo y la letra que busca un encuentro posible entre lo masculino y lo femenino, entre padre y madre, en una película plagada de arquetipos de las dos figuras, y que hace explícito con el encuentro con Doña Guiomar y el hombre santo Pedro de Alcántara.
Pliegue, encaje y tejido son elaborados aquí hasta un grado de sofisticación tal que se convierten en un verdadero tratado sobre el cuerpo femenino, sobre todo el interior, como dado la vuelta, amplificado como con un microscopio desde la célula, o el tejido vivo multiplicándose que propone ya en los señalados créditos iniciales. Y diría más, desde antes de la célula. Teresa propone la oración, o la poesía, imágenes o visiones como lo que excita la naturaleza para del verbo hacer carne, ese pasillo que accede a la luz en el interior del “Castillo”, esa vibración que puede nacer en la voz o en el sonar de una campana, que en forma tanto se parece a los vestidos de «las Doñas» de la época. Teresa descalza a la mujer y la viste de tierra para liberarla, para desatarla, para reconocerle su capacidad encarnadora, “la cárcel está ahí afuera en nuestras celdas la libertad” dice cuando funda su primer convento, dedicado a San José, figura paterna. Provee a lo femenino de voz propia, de la capacidad para ser leído, hilvanado.