— buscando el hilo

Sólo los amantes sobreviven

Eva

Hay una belleza en esta película como de escultura románica, una especie de pórtico inmóvil de un amor ilimitado, sin apenas condicionantes de tiempo o espacio, una felicidad del no ser asomado al balcón de la humanidad.

Seres sin espejo, creatividad pura, sin ningún tipo de fijación, ni siquiera el de la propia imagen, por eso fluyen por la nube mediateca acásica del conocimiento y el arte, en una circularidad de la que los planos cenitales informan desde una subjetividad imposible, desprovista del yo sujeto. Quizás un cielo, no muy diferente al de una cúpula barroca o la bóveda de la sala de cine de Detroit donde es depositado, dentro del agua, el cuerpo sin sangre de Ian, preñando el cine mismo y arrastrando a Eva y Adan a Tánger, a la pareja que como un espejo atravesado por un mordisco, les devuelve, ahora sí, la imagen que promete cuerpo. Espejo de piel morena, película. Amor cuyo límite trasciende en el cuerpo del otro la criatura que hace realidad ese encuentro.