La portuguesa
Hay algo subversivo en esta cinta, como un grafittí sobre la ruina de un monumento clásico, pero que curiosamente lo regresa a la pintura, a una especie de amor por el cuadro. Rita recoge una larga tradición de cine quieto para componer escenas donde las palabras de Agustina Bessa Luis sustituyen voz por movimiento construyendo hermosos cuadros dispuestos a ser poseídos por una escritura capaz de inflamar la imagen “como la cuerda tensada de un arco”. El relato apenas discurre, pero lo hace entre el mar de Lisboa y el fuego del cabello pelirrojo de la protagonista, entre la paz y la guerra, un diálogo que se ubica fuera del tiempo y en un territorio alejado. Un espacio mítico descrito en cuadros que como cartas de una mancia nueva responden a cualquier pregunta del que a ella se enfrenta. Rita propone intercambiar la linealidad por la espera “yo también sé esperar” exigiendo una entrega similar a la del personaje, un compromiso capaz de deshabilitar cualquier expectativa de acción, para envolverte en una atmósfera amniótica que superpone capas hasta formar una perla, una concentración densa del inconsciente femenino, un pliegue en el tiempo nuestro, una pócima benéfica para el cuerpo del hombre enfermo de guerra.
Rita desafía al cine contemporáneo exponiéndolo a un experimento de dilatación para dotarlo de una porosidad regresiva, para trascender cualquier tradición de nuestro consciente visual en un presente medieval, barroco, renacentista,… un traer aquí desde Altamira.