Kabei: nuestra madre
De la ausencia del padre nacen cartas escritas que son censuradas, con una especie de barrotes negros, borrones de tinta que ocultan algo de lo dicho, que permanece secreto.
Nada hay oculto para los niños en la casa de nuestros protagonistas, todo se habla en alto o está a la vista, pero la época de preguerra censura la obra del padre escritor hasta apartarlo de su familia, llevándolo a la cárcel. La ausencia se suple en la medida de lo posible con la escritura de cartas cruzadas, que son sistemáticamente censuradas con esos listones negros. La hermana del padre encarcelado, la tía de las niñas, estudia bellas artes y dibuja, pinta. Teru-bei, la hija más pequeña que cuenta con 9 años en 1940 donde se sitúa el inicio del relato (los mismos que Yamada en esa fecha) es la que cuenta la historia. Su tía le deja sus lápices y pinturas cuando tiene que volver a Hiroshima a cuidar de su madre (donde muere a causa de la bomba).
Quizás la secuencia más emocionante del film es el momento en que las niñas están escribiendo la carta a su padre en presencia de la madre, les pide que le lean lo que llevan escrito y finalmente ella improvisa una carta no escrita en la que le habla a su marido de sus hijas, emocionándose y rompiendo a llorar.
La lectura de las cartas del padre también se hace en alto dentro de la familia, y lo único que no se dice es lo que imposibilitan esos borrones negros. Teru-bei, ahora profesora de dibujo desvela la imagen primordial del film: El dibujo nace aquí de la tinta que oculta esas palabras escritas nunca dichas. Figura extraida al borrón, también pintura. Barrotes frontera y sin embargo apoyo, soporte de lo imaginario, lo oculto, lo de atrás, lo que el relato intenta revelar. La obra plástica está en las puertas del lenguaje, según Alfred Tomatis. Puertas correderas y de papel aquí, negras verticales como la persiana de la prisión que permite las comunicaciones con la esposa, como los tachones del texto censurado. La escritura y el trazo están íntimamente ligados en la cultura japonesa. La voz emocionada de la madre, rota, abierta ante el cuerpo-escritura del padre. Escritura ante el espejo negro del borrón del censor que completa aquí esa figura dual de lo paterno.
Yamazaki, el personaje del alumno del padre, medio sordo y con mala vista es invisible e inaudible para el estado, para “el padre malo” (el de los tachones), aparece en la casa de la familia ante la encarcelación del padre, como promesa, como criatura que crece en presencia de ese útero que es la prisión. Cuando el padre entra cadáver en la casa-madre, esta criatura parte hacia la guerra como quien va a arrojarse a un volcán en sacrificio, pues el premio es la encarnación.