Brokeback Mountain. En terreno vedado
¡Mi amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos;la noche sosegada,
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora;nuestro lecho florido,
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edificado,
de mil escudos de oro coronado!
“No soy nada ni estoy en ningún sitio” dice Ennis Del Mar (Heath Ledger) en un momento de la película. “El que nada tiene, nada quiere” comenta a su hija casi al final. ¿Ángeles, centauros (mitad hombres, mitad caballo)? hijos de padres malos, ausentes o castradores (en el caso de Ennis literalmente).
Pastores, los que fuerdes
allá, por las majadas, al otero,
si por ventura vierdes
aquél que yo más quiero,
Lo cierto es que nos movemos en un territorio mítico, en un paisaje sagrado, a mitad de camino entre cielo y tierra. Estamos hablando de un texto que alude a poemas místicos como El Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz o El Cantar de los cantares, con sutiles referencias a Dreyer, Ford o Viola…
Buscar el roce, un igual que me devuelva una imagen de mí mismo, o mejor de la promesa de mí encarnado. En un momento dado a estos pastores se les mezclan dos rebaños, unas ovejas con otras, y cuesta mucho diferenciar las de un rebaño del otro. Están desidentificados. Después del primer encuentro sexual, del primer roce, aparece ese cuerpo abierto de una oveja en explícita semejanza con un sexo femenino. Cuerpo abierto por una fiera, mostrado de modo similar al del hombre castrado por el padre de Ennis.
Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
Matarán al ciervo para comer carne, para “tomar cuerpo”. (El ciervo y el asno representan la conciencia sin encarnar en innumerables relatos)
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.
Y en la despedida de Brokeback, de ese territorio mítico, el roce se hará sangre (en la pelea de ambos) en esa necesidad de la imagen de romperse contra el espejo, en ese deseo del cine por imaginar cuerpo.
Al final, ya muerto el amigo (Jack) a palos (como Pasolini cumpliendo con ese deseo anunciado en Saló), sacrificado, como en el mito del doble niño Jesús (casi gemelos, como los corderos) en el que un hermano se sacrifica en aras del bien del otro, nos encontramos con esa celda de monje ascético que es la Caravana de Ennis y que recuerda la instalación de Bill Viola sobre San Juan de la Cruz, donde aquel pequeño monitor con la imagen de una montaña y la postal de Brokeback Mountain parecen aludir a un mismo lugar, a una misma necesidad de trascendencia.
La hija (Alma, ¿acaso se podía llamar de otro modo?) incondicional a pesar de las dificultades de Ennis como padre, acude a este lugar (que él está identificando con un número sobre el buzón – una dirección en la tierra, un sitio donde estar-) para comunicarle que se va a casar, y de alguna manera a pedirle su bendición, su reconocimiento, a que la nombre y la abrace. Al irse se deja olvidado el jersey, y es sobre éste donde ese abrazo se formaliza. Y es el Jersey de “ALMA” el que nos abre el armario (alma-armario): sobre la puerta, las dos camisas sangradas como dispuestas a ser ocupadas por un cuerpo, y esa pequeña postal de la montaña, del territorio sagrado, mítico, imagen del anhelado cuerpo de la madre.
¡Mi amado, las montañas,
* Fragmentos de Cántico espiritual de San Juán de la Cruz