— buscando el hilo

Bailando nace el amor

Rita y Fred bailando

Cuando Fred baila solo (frente al señor Acuña, por ejemplo) todo lo pone a bailar con él, como si fuera el dios de una religión animista, como eje sobre el que gira el rollo de la película, todo cobra vida ante su baile, todo es animado. El baile de Fred Astaire es en sí una metáfora del propio cine.

Cuando él baila, él dirige, por eso en la mayoría de sus películas las secuencias de baile son pelis dentro de otras, en muchos de los casos piezas de un valor infinitamente superior, como lo es aquí.

Si Fred hubiera sido torero habría sido Curro Romero, por su concepto de la naturalidad. Fred no fragmenta el plano, ni la secuencia, como si todo pudiera ser visible, como si ese gran aparato del plató de hollywood le valiera para liberar al cine de su artificio, para liberar al espacio del tiempo y al tiempo de sí mismo por el ritmo. Ritmo que sincroniza con el palpitar del espectador, también liberado este de lo especular, porque más allá de lo visual vibra, baila, en ese espacio posible abierto por la cámara como una llave que invita al ser. Las coreografías de Fred tienen la cualidad de no tener dirección, el adelante podría ser atrás y la izquierda derecha, produciéndose un efecto como de estar y no estar, de ser sin yo, una vez más similar al toreo de Curro.

Cuando Fred baila con alguien, en este caso Rita, de partida, parece obligado a estar, pero enseguida entendemos que el baile dibuja siluetas que son ocupadas por el otro, liberando al ser aquí también del tú, proponiendo un feliz encuentro amoroso donde en palabras de San Juan de la Cruz:

Amado con amada,
amada, con el Amado transformada!

Lo emocionante en Bailando nace el amor es el baile entre iguales, Rita concede lo mismo que entrega y Fred no impone nada que Rita no desee, porque como también revela La noche oscura de San Juan de la Cruz, uno no es nunca del todo hasta que es en el otro.