12 años de esclavitud
Cuerdas vibrando atacadas por una arco.
Un cuerpo femenino abierto a latigazos.
Un ciclo de 12 años.
Perder el nombre,
desidentificado el cuerpo desaparece
y es convocado por todo aquello que vibra, que suena.
La música en su gravedad hasta alcanzar la escritura.
12 años para una carta que reclama ser nombrado,
reconocido. Señalado por el padre,
que con un solo gesto inicia el libro de la biografía.
En una biografía se basa la peli que nos ocupa. El germen es el mestizaje entre cuerdas vocales negras (graves) y de violín (agudos), cuerdas que atan y cuelgan, lianas, látigos y caña de azúcar, hilo que cose sudario. Cantan al muerto y Solomon cede a unirse al coro frente a su voz de individuo representada en su violín, que rompe. Y es que hasta ese momento Solomon cree saberse el mejor de todos, el que ha sido reconocido como virtuoso, adulado, “un amo”.
A Solomon se le ha concedido el mismo privilegio que al protagonista de Qué bello es vivir de Frank Capra, presenciar el mundo sin él, sin ser, la fantasía de la invisibilidad, de la cámara supersubjetiva, como en ese plano entre la caña de azúcar del inicio.
¿Por qué Steve McQueen, reconocido artista (¿virtuoso?) se involucra en las dificultades de producción de un cine más popular?. Para hacer resonar su voz entre los coros de las aguas Neptunianas: El arquetipo de la música y el cine que alcanza en la escritura la posibilidad del nombre (tarea del padre), la x del alquimista o la cruz del cristiano que aúna piel y papel como soporte de un mismo relato, el de encarnar a partir de la música, que es la voz de la madre, el gemido incesante ante el deseo complacido en cuerpo, dramáticamente escindido, para siempre otro.