— buscando el hilo

Labor Day

Frank y Henry
Henry, Frank y Adele

Una cercanía entre el mirar y el desear que dota al subjetivo de un asombroso poder para solapar capas de realidad, prendiendo lo imaginable en el lineal de lo biográfico, pero a la vez superpuesto a un querer estar presente, visible para el otro, asombrado ante la posibilidad de ser nombrado. Jason apuntala el subjetivo de Henry como eje en el centro del set, constituyendo en escenario o paisaje aquello que llega a ver, lo hace como quien coloca trípode y cámara en el centro de un plató para que todo suceda a su alrededor. Pero en este reunir el desear y el ver, lo inimaginable también hace acto de presencia. Este hacer del niño, estos días de trabajo, elaboran un teatro constelar donde “actuar”, un ir haciendo, alimentando el deseo de aquello que en un momento dado cesó, hibernando. 

Henry avanza por la sección de revistas de moda y belleza hasta la de comics y superhéroes por donde aparece Frank herido, ángel o demonio, héroe o villano, caído por la ventana de un hospital: hombre. Reitman mantiene el suspense, y vacilamos ante nuestra propia polaridad de ángeles-villanos hasta sorprendernos Frank cocinando, calentando el horno, engrasando puertas y ventanas, pero sobre todo “poniéndole el techo a la casa”, al pastel, una protección para los expuestos a la intemperie de un dolor existencial insoportable ante el que solo cabe una especie de crionización emocional. Henry-Jason traen a la casa y al plató, al cuerpo de la madre herida, a aquel capaz de romper esa profunda capa de hielo: hombre, actor, superhéroe o arquetipo.

A la emoción de la cámara sensible capaz de conservar las hipnóticas imágenes en movimiento de los Lumiere, sigue la emoción del giro de 360º de esa cámara sobre la cabeza de un trípode verificando el paisaje más allá del sujeto; ahora el eje es el hombre alrededor del que gira la cámara cruzándose el subjetivo con el objetivo, como si el mismo escenario tomara parte desplegando una especie de capa de percepción más animista. No es casualidad que Reitman pasara parte de su infancia en los platós (casas sin techo) de su padre director (Ivan Reitman), ni que pertenezca a la generación que vio nacer el selfie. Ese niño que sustancia su deseo en el mirar representa algo más que una generación, quizás otra manera de ubicarse en una realidad cuyos planos son atravesados por las ramas y raíces de una vincularidad que difícilmente puede entender al sujeto sin su árbol, un Labor day de la humanidad.  Un ciclo renacentista para el cine.