— buscando el hilo

Una carta para Momo

Momo intentando escribirle a su padre

Algo ha quedado detenido. Una carta encabezada pero sin acabar de escribir “querida Momo” y un reloj que se detuvo en primavera. La carta es del padre, que falta desde entonces. Al abrir esa carta en el barco (que navega sobre las aguas del sueño y la emoción) de camino a unas islas donde madre e hija serán acogidas por unos familiares, tres gotas de agua caen del cielo. Esas gotas seguirán a Momo hasta la casa de los familiares. Allí descubre un libro de grabados antiguos donde aparecen unos personajes, una especie de duendes japoneses. Las 3 gotas pasarán por el libro y Momo empezará a ver como esas gotas crecen y poco a poco van personificándose en tres de esos personajes que aparecían en ese libro guardado como un tesoro en un cofre.

La fantasía del niño surge para sostenerlo, ante una situación que no puede comprender o que lo supera emocionalmente. La ausencia del padre es uno de los principales motores de la literatura, la escritura y el relato, que en muchas ocasiones nace de la necesidad de dar salida a esa fantasía que brota instintivamente y que tiende a desbordar. Todo esto es muy transparente en esta película y es una de sus grandes cualidades, pero lo más conmovedor es la delicadeza con la que cuenta de dónde nacen esas tres gotas que construyen todo el film. Momo se queda con la inquietud de haberse peleado con su padre antes de su muerte y no haberle podido pedirle perdón. La carta que queda sin escribir del padre intuimos que también era una carta de reconciliación. Aquí es muy literal, porque deja una carta encabezada (cabeza=padre) sin escribir, para dar pie a la escritura.

Avanzada la historia Momo tiene una discusión con su madre, al poco esta tiene una crisis de asma (el asma tiene un origen profundamente emocional), que coincide con una tormenta que no permite asistencia médica. Momo siente a la madre en peligro de muerte y se culpa. Entonces cae en la cuenta, recuerda el momento de la discusión y corre hacia a un mueble de la casa donde se guarda un albúm de fotos, que entendemos era el que estaba mirando su madre en el momento que ella había llegado y que la madre oculta rápidamente. Es un album de fotos que secuencialmente recorre toda la vida de Momo acompañada de sus padres. Esta piensa: “estaba llorando” (la madre justo antes de la pelea). Mientras pasa las hojas derrama tres lágrimas, tres gotas. Todo está dicho. Esa vibración que produce las lágrimas, que además aquí reune las de madre e hija, es la misma que produce la animación, el ánima. Literalmente el agua sobre la imagen le da vida, le devuelve la movilidad a lo que está detenido, de hecho el reloj vuelve a funcionar. Esos duendes nacen de esas gotas al pasar por un libro de grabados, de imágenes. Preciosa metáfora.

Si el artista plástico se encuentra en las puertas del lenguaje según Alfred Tomatis, la animación, el cine provee de lenguaje a esas imágenes, facilita el relato.

Siguen fascinándome esos paisajes del anime de un extraño realismo, como ese puente que  sientes como si estuvieras allí, como si fuera capaz de trasladarte la experiencia de la presencia. Esto se basa en esa diferencia fundamental entre la cultura occidental y la oriental, pues oriente considera que todas las cosas estan vivas y las diferencian entre animadas y no animadas. No hay ninguna duda en que ese puente está vivo. No hay duda que esos cuerpos de los personajes de esta película dibujados con unas pocas líneas tienen una presencia que difícilmente las cámaras de alta resolución pueden alcanzar. Ojo y mano son aquí una misma cosa.

Esto que me desborda y que intento contener y en esa contención vibra.