Cuento de otoño
En el cine de Rohmer no hay subjetivos fantasma, cualquier plano es respaldado por la mirada de un personaje a la vez que la corporeidad nace de la conversación, de ese hablar casi continuo como hilo que teje un relato cuyo principal objetivo es dotar de verosimilitud, contradicciones y profundidad a sus personajes, provistos aquí de una libertad poco habitual en el cine. El milagro de este cuento y en general de los cuentos de este director es trascender el texto por el habla, por una voz llena de matices que nace en el juego de la interpretación promoviendo vinculaciones reales, un hacerse en el otro algo que antes no estaba, un enamoramiento contagioso.
Rohmer me acompañó toda mi primera juventud, salía del cine actor de mi propia vida, con ganas de hablar, comprometido en encontrar en ese roze al que antes no era o no estaba, al hombre enamorado.